Muchas veces nos enfrascamos en peleas contra otros, sin darnos cuenta de que el “otro bando” contra el que peleamos es un reflejo de nosotros mismos. Desde hace un tiempo convivo con otros jóvenes de mi edad en una casa comunitaria. Me di cuenta de que mis otros compañeros sienten una gran hostilidad hacia el casero.
La situación se agravó cuando el dueño de la casa se puso a hacer obras para construirse un piso en la finca, sin habérnoslo notificado previamente, y además ha cometido otros errores graves en cuanto a la gestión de la casa y el alquiler de las habitaciones. Al principio, había pensado que, si encuentro a alguien así afuera, es porque “eso” -la excepcionalidad, el pretender pisotear a los demás- está también en mí.
Sin embargo, con el tiempo me percaté de que esa lectura, aunque orientada, era insuficiente. No había visto todavía la predisposición incondicionalmente hostil que reflejan mis compañeros de vivienda. No se trata de que por los fallos del dueño sintieran esa animadversión, sino que desde una hostilidad previa piensan que todo lo que haga el dueño es reprochable, aun cuando haya errores probados.
Yo también me dejé llevar por esa corriente, primero sintiéndome igual de enfadado que ellos, y luego tratando de llevar la situación solo al mercader, a planificar negociaciones entre nosotros, los inquilinos. La pista de que hay más claves subyacentes me la dio el darme cuenta de que, aun cuando criticaban al casero, rechazaban también hablarle a la cara.
“eso” es separación en lo denso, y la Enseñanza indica que la separación en lo denso nunca es solución. Por eso cuando me di cuenta de mi error -dejarme arrastrar por esa misma corriente de separación en lo denso, por la cual tampoco le hablaba al casero y cada vez sentía más enfado-, aposté todas mis cartas a generar un encuentro en persona entre todos, tanto nosotros inquilinos como el casero. Mientras yo me separe en lo denso de todo eso que a mi yo no le gusta, no soy yo.
Ramsés Narciso Cabrera Olivares